11 de agosto de 2009



Al hablar de gestos que representan sentimientos podemos enumerar muchísimos, por ejemplo, un beso, agarrarnos las manos, una caricia,
un guiño de ojo, una palmada en la espalda, y otros tantos.
Pero hay un gesto que nunca podriamos pasar por alto, un gesto que es capaz de hacer maravillas:
el abrazo.
Si, el abrazo, tan simple como suena, encierra mil y un sensaciones escondidas a la espera de quien sepa descubrirlas.
El abrazo no es solo abrazar a quien nos haga compañia, sino que es cerrar los ojos y sentir el corazón del otro golpear contra nuestro pecho, contra nuestro corazón que a la vez golpea contra el otro, escuchar esa conversación silenciosa entre ambos cuerpos, percibir el intercambio de energias, por que los sentimientos son energia. Cerrar los ojos y ser solo espíritu, ser, junto con el otro, solo uno. Confundir nuestros límites corporales y pasar a planos donde lo sentimental rige y ordena. Abrazando, podemos sentir que aunque el mundo se venga abajo, nada nos sucederá, la suma de los dos es más fuerte que cualquier otra cosa, y al menos por ese momento de union, todos los problemas parecen tener solución, nada es tan malo ni tan terrible y los dolores se dejan vencer otorgando lugar a la paz y la alegria.
Un abrazo, por más corta que sea su duración, llena el espíritu, llena el corazón y nos renueva por dentro y por fuera. Un abrazo quita el frio, el frio del espíritu y el frio interno del corazón, ese que muchas veces nuestra dura capa de orgullo no nos deja ver, pero que lo sentimos constantemente cuando estamos secos de amor.


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